Fue ayer, de hecho… Dejó ir el miedo. Dejó ir los juicios. Dejó ir las necesidades, así, de un momento a otro. Conforme soltaba llegó la confianza. Llegó la permisión. Llegó la sensación de estar plena.
Ella dejó ir la multitud de voces, opiniones, consejos y advertencias que daban vueltas en su cabeza. Mientras soltaba, llegó el silencio a su mente y su energía.
Ella dejó ir todas las indecisiones y dudas que la habitaban y mientras soltaba, llegaron de la mano la certeza y la convicción de quién era ella.
Dejó ir todas las razones correctas y también las equivocadas mientras llegaba la paz de poder aceptar que no sabía ni entendía nada.
Total y completamente, sin prisa y sin preocupación alguna, sólo dejó ir y se dejó llegar, así de repente, de la nada, por nada y para nadie, llegó, se soltó de sus brazos y regresó a ella.
No le pidió consejo a nadie, no consultó su oráculo ni llamó a su terapeuta. No leyó ningún libro sobre cómo dejar ir, no trabajó nada, ni respiró, ni meditó. No pidió ayuda a los ángeles ni pidió un instante santo. Sólo dejó ir. Ella dejó ir todas las memorias, recuerdos y patrones que la frenaban y a la vez la empujaban a volver a lo mismo. Mientras soltaba, sintió que llegaba la vida a hacerle espacio para un futuro diferente.
Dejó ir toda la ansiedad y el exceso de dopamina que le impedían ir hacia delante. En ese dejar ir, llegaron la calma y la serotonina que le dijeron que era bueno, que era seguro y que era necesario estar ahí.
En un instante dejó ir todos los planes, los cálculos, las conclusiones y las proyecciones sobre cómo ser, hacer y decir lo correcto. Así también, en un instante, llegaron las posibilidades, la magia y las bendiciones de saber que la simple existencia de ese momento era todo lo correcto que necesitaba.
No se prometió ni le prometió a nadie que dejaría ir. No escribió en su blog sobre ello, no programó la fecha en el calendario, sólo dejó ir. En ese dejar ir llegó el final feliz de un libro escrito por ella…