QUERIDA VIDA, ¡VOY A VIVIRTE HASTA DEJARTE SIN ALIENTO!

Querida vida, quiero pedirte perdón por todas esas veces en que te descuidé y no saqué el máximo partido de todo lo que me ofrecías. Ahora que han caído mis miedos, mi timidez y mis prejuicios, prometo bailarte hasta el amanecer, prometo quererte, escucharte y hacerte reír hasta que te duela la tripa, hasta que quedes sin aliento. Porque tú y yo nos entendemos, porque valemos la alegría.

Decirnos esto mismo en algún momento de nuestro ciclo vital puede suponer sin duda todo un punto de inflexión, o como diría cualquier amante de la espiritualidad, un «despertar». Sin embargo, no siempre logramos desplegar todos nuestros recursos y actitudes para iniciar un compromiso tan firme con nosotros mismos como para permitirnos disfrutar de todos esos días que nos quedan por delante.

Citando a Thomas Chalmers «La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar»

Tal vez, dicho propósito, el de vivir de forma intensa hasta quedar sin aliento nos parezca algo demasiado hedonista. Sin embargo, tras esta visión se encuentra algo muy simple en lo que coinciden desde antropólogos hasta sociólogos, pasando por los psicólogos positivistas. Cada una de las acciones que llevamos a cabo las personas responden a dos pulsiones muy básicas: sobrevivir, y mientas lo logramos, ser felices.

Existir, abrir los ojos cada día, poner los pies en la calle y relacionarnos son dimensiones que responden a un proceso continuado de «ensayo-error» del cual aprender para poco a poco lograr aquello que tanto deseamos: la estabilidad, la calma interior, el bienestar y en esencia… la felicidad.

Ahora bien, para alcanzar este fin es necesario que añadamos un ingrediente en esta receta: la pasión.

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