Las personas odiaban más que amaban.
Los padres necesitaban pasar más tiempo con los hijos.
El rico pensaba que el dinero compraba la felicidad.
El futbolista tenía más éxito que el sanitario.
El estrés hacía temblar los corazones.
Y las razas levantaron grandes fronteras.
Un día, de repente, el mundo se paró y entonces la tierra comenzó a respirar aire puro. Y las aguas volvieron a cristalizarse. Y los animales comenzaron a habitar en paz. La naturaleza es tan mágica que ella misma está limpiándose del mal que hicimos.
Las personas en su lejanía se dieron cuenta de que se amaban.
Y se quedaron en casa. Y leyeron libros. Y escucharon y descansaron. La familia de nuevo estaba unida.
El rico al no poder salir de casa tuvo que conformarse con unos bollos de pan.
La gente aplaudía desde sus balcones a los verdaderos héroes.
Nuestras mentes se serenaban porque ya no había prisas. Y cuando ya todo estaba a punto de estallar, el mundo entero se unió convirtiendo los 5 continentes en solo 1.
Tuvimos miedo, miedo a lo desconocido, miedo a la incertidumbre de la duración de la pandemia, a contagiarme, a contagiar, por nuestros familiares, y más aún por los pequeños y ancianos, por nuestros amigos y en general MIEDO.
Y de repente todo se para, y es cuando entendemos el valor que tienen las pequeñas cosas, justo en el momento que nos las quitan.
Las cosas importantes a las que antes no le dábamos importancia y se daban por sentado, comenzaron a adquirir otro matiz, y le dimos su importancia real.
El poder curativo de los abrazos, el olor de tu familia, el reír con los amigos por cualquier insignificancia, el pasear por la playa y el sentir la brisa del mar….
Y miles y miles de millones de pequeños momentos que ahora adquieren relevancia.
Estamos viviendo algo insólito, el año en el que la tierra solita obligó al mundo a detenerse. ¡Éramos ricos y no lo sabíamos!
2020: EL AÑO EN EL QUE LA TIERRA NOS OBLIGÓ A DETENERNOS…