El ESPEJO DE LAS PALABRAS

En un valle rodeado de montañas vivía un joven llamado Darío. Era trabajador, curioso y lleno de sueños, pero había algo que lo hacía sentirse pequeño: su propia voz interior.

Cada mañana, antes de salir de casa, Darío se miraba en un espejo antiguo que había heredado de su abuelo. El espejo tenía un secreto: no reflejaba solo la imagen de quien se miraba en él, sino también las palabras que esa persona se decía a sí misma.

Cuando Darío se miraba y pensaba: —“Nunca hago nada bien.”

El espejo se oscurecía y su reflejo aparecía encorvado, débil, con los hombros caídos.

Si murmuraba: —“No soy tan bueno como los demás.”

El espejo mostraba un rostro apagado, como si la luz se apagara detrás de sus ojos.

Con el tiempo, Darío empezó a creer que esa era su verdadera imagen. Caminaba inseguro, dudaba de cada paso y pensaba que jamás podría lograr algo valioso.

Un día, mientras cruzaba el bosque, se encontró con una anciana que recogía leña. Ella notó su tristeza y le preguntó:

—¿Por qué cargas con tanto peso en tu mirada?

Darío le contó el secreto del espejo y cómo cada día confirmaba lo poco que valía. La anciana sonrió y le dijo:

—Ese espejo no es tu enemigo, solo refleja lo que le entregas. ¿Qué pasaría si cambiaras las palabras?

Intrigado, Darío volvió a casa y decidió intentarlo. Frente al espejo, aunque le temblaba la voz, pronunció:

“Hoy puedo intentarlo otra vez.”

El espejo se iluminó suavemente, mostrando un reflejo más erguido. Al día siguiente añadió:

“Estoy aprendiendo, aunque me equivoque.”

Y su reflejo sonrió tímidamente.

Cuanto más practicaba, más brillante se volvía la imagen. Descubrió que no se trataba de engañarse con frases vacías, sino de hablarse con la misma comprensión que tendría con un amigo.

Con el tiempo, el espejo reflejó a un Darío más fuerte, confiado y lleno de esperanza. Y comprendió que la verdadera magia no estaba en el cristal, sino en las palabras que había elegido sembrar en su interior.


Lo que te dices a ti mismo se convierte en el reflejo de tu vida. Háblate con bondad, porque tus palabras son el molde de tu propio destino.

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